domingo, 27 de julio de 2014

A morte


Silenciaste la boca de la muerte
con un beso de fuego y cenizas.
Tus labios palidecían como una luna en el horizonte.
Cristal frágil, mi muerte ahora,
sombra mía,
has venido con un nuevo estandarte de vida
a conquistar mi existencia.
me palpita tu amor en la oscuridad
y se redime la eterna luna de tus ojos
en la noche que en mis pupilas se fragua.
Las sombras y las luces se abrazan,
mientras se viste mi vida con el crespón
de tus fúnebres besos.
Tú y yo, 
Hasta ver el ultimo ocaso,
hasta que la luz sea quebrantada,
hasta el ultimo poema de mi aliento
hasta morir, 
así se traduce lo que entre letras
se oculta en nuestra palabra infinita:
¡AMOR!
(Amarte/ A-muerte).

Enrique Urueta

Beso de muerte


Se vierte en mi boca el ocaso más oscuro,
sombras envenenadas tatuadas con tu nombre
que apagan mi existencia
y toda llama de esta vida.
Me consumes con tu aliento.

Se excita mi muerte
Cuando me besas con el réquiem de tus labios,
Carmín cayendo.
Silencio y suicidio.
Yo amo tu boca por la muerte que produce,
como flecha consagrada para matarme.

Una delicia enorme
el fúnebre delirio de tus labios,
pues vivo y muero
cuando besas mi vida
y me entregas la muerte.

Enrique Urueta

domingo, 6 de julio de 2014

El poema tenebroso




Verso I
(Ella)

Tétrica, como un octubre negro
con labios que deshojan besos fúnebres
con sabor a réquiem de otoño
que bendicen la nostalgia de la lluvia
que se forma en mis heridas.

Es confusa letanía de las sombras.
Oscura, más oscura que la noche;
un alma que desangra, sombría,
la pasión de la amarga penumbra
que lleva en su venas todavía.

Si tan sólo fuera mía,
Los cantares de la luna no serían en vano,
los pesares de los sueños se calmarían
con el lúgubre hechizo del eclipse 
que se forma entre sus manos.

Que arcanos ojos tiene
el horizonte que nace en sus pupilas
es extenso paraíso de las sombras.
El misterio de la muerte y la agonía
me abrazan cuando, siniestra, ella mira.

Noctívaga, hija de la noche.
Es el desvelo que camino por las calles,
El lúgubre sueño que atesoro.
Tenebrosa por su silencio,
amada porque, doliente, aún la lloro.


Verso II
(Las Ruinas)

Ya la ciudad Alvina descansa sus pilares.
El polvo de las eras dormita en su piel lechosa,
que son nada más que ruinas y recuerdos,
donde almas se cortejaban cada noche,
donde su fantasma aun descansa en mi memoria.

Es la necrópolis de los enamorados,
el cementerio de las estrellas decaídas
donde se levantan las rosas negras
como sombras que se extiende
por el luto de los corazones perdidos.

Alvina, la casa de los amantes oscuros;
la lúgubre fragancia de los amores
se ha impregnado en las hojas sedientas
de los arboles que la amurallan.
Nuestra sangre aun yace intacta y fragante.

Sanguinolenta de recuerdos;
aun la veo en las tristes paredes derruidas,
en la boca de la aciaga luna
a quien le conjuré su nombre
en la eternidad de los recuerdos.

En sus ojos oscuros vertí todos mis sueños
que yacen ya entre la muerte
y la oscuridad de esta ciudad abandona
donde he dormido esperando
en la inmensa soledad de este abismo de castillos.


Verso III
(El romance sombrío)

El eclipse llegó aventajado
obscureciendo la esperanza de los cuervos tristes
que se quedaban dormidos entre sus negros cabellos.
El aroma de las plumas negras se percibe
en cada beso sepultado en su cuello y en su boca.

El letargo se decolora moribundo
mientras canta a lo lejos el pájaro en desvelo
su eterna canción de noche,
—el latente silencio de un sueño en reposo—
que hacía eco en su lúgubre mirada.

las estrellas inmortales sienten emerger
de las sombras el eterno romance
de un suspiro atrapado entre nuestros labios.
La luna se tiñe oscura mientras ella se desnuda
deslumbrando su cuerpo entre las sombras.

Me hirió la piel con las caricias más dulces
bebiendo así mi sangre que emanaba
amargamente de mis heridas.
Su alma se saciaba de deseo
al apretarse contra mí como una espina.

Ya nada queda luego
sino solo nuestras sombras consumidas,
bocas laceradas y sangrantes
derramando, todavía,
eternos besos de agonía.


Verso IV
(El sueño)

Tanta tinta de la noche
relatando la tenebrosa historia de la odisea negra
que en sus arcanos ojos se oculta
que en el misterio de sus labios yace
y con un siniestro beso se revela.

¡y me beso entonces!
Y como una sombra que me cubría
llegó el lúgubre sueño, el secreto tenebroso
donde dos lunas se alzan inmensas
como pilares que sostienen la noche fría.

Dormía a la orilla de un mar oscuro
en un lecho de flores marchitas,
ahí su cuerpo tendido, hermoso,
entre tanta oscuridad y dos tenues lunas,
cubierta su desnudez con la neblina.

Sedienta se levanta, y yo la miro,
envenenándose en suicidio
con la oscura agua, sombra tardía,
se empapa los labios, poseída,
y levantan vuelo los cuervos afligidos.

Y se ennegrecía la luz en sus pupilas
y todo se apagaba en ese instante cuando la vi,
infestada por las sombras aladas
entonces ella, oscura, se marchitaba
y terminó el beso —el sueño— y morí.


Verso V
(El recuerdo)

Se levantó su nombre en el cielo.
La luna acaricia, con sus ojos luminosos,
el encanto que le queda,
las estrellas cantan la melodía de la noche
para siempre recordarla.

Una estela ha dejado
en el corazón de la oscura noche despoblada
con su aroma a jardín de alba delirante,
un beso que ilumina las fronteras desteñidas
de un crepúsculo naciente.

El océano susurra las últimas palabras
que ella arrojó al agua constelada,
eco de su corazón latente.
Las sirenas repiten su canción nocturna
entristecidas por el recuerdo.

La claridad de los espejos conserva
intacto, su reflejo cristalino;
su figura aun reposa en las sombras
del altar donde la venero en secreto
en los días lluviosos del otoño.

Las flores reconocen el rocío de mi nostalgia
que impregna sus pétalos sofocados de tristeza
en un oscuro invierno inamovible.
Pero la felicidad me acoge
cuando veo sonreír a su fantasma.


Verso VI
(La nostalgia)

Bajo las estaciones de la memoria
florecen y se desojan las lágrimas,
gotas fabricadas por las noche dolorosas
rocío nocturno y perpetuo
de mi oscuro letargo y sus abismos.

El espectro de su recuerdo
merodea en las sombras que me visten.
mientras el agua sosegada
guarda el luto de las promesas
que descansan en el fondo.

Loan las mariposas
por el alma de las flores en invierno,
alzan sus plegarías en la oscuridad
pues en esta noche no quedan
vestigios de la aurora.

Mi alma se alimenta
de los oscuros pétalos de la noche
 —estrellas caídas—
cuando descanso, sin esperanza,
en el lecho del olvido y sus espinas.

Ojalá el alba borre,
con las sombras de su sol doliente,
la suicida melancolía de la noche;
que asole la remembranza nocturna
de esta alma abandonada.


Verso VII
(Epílogo)

Aletargadas vuelan las aves hacia el ocaso,
sin ningún motivo de regreso;
la esperanza gotea, aniquilada,
su eterna sangre descolorida.
Ya es amarga la sentencia de las sombras.

La luna ha suspirado, dolorosa,
las últimas palabras sombrías de la noche;
su corazón de plata se desmorona.
Nada queda después de sembrar tristeza,
no florecen ni las lágrimas perdidas.

La oscuridad ha erigido su castillo
sobre los escombros del palacio donde la amaba;
ya la noche más oscura
levanta sus constelaciones sobre nuestras estrellas.
Sólo quedan ruinas y memorias.

La muerte ha extendido sus brazos
para acariciar el último desvelo que me queda.
Y me consuela dándome su palabra de encontrar
en otra vida el amor que yo tenía,
de tenerla entre mis brazos como yo deseara.

Pero heme aquí errante,
condenado a vivir en estos días
siendo un fantasma que recorre el mundo
como una tenue sombra del olvido
que no volverá jamás a la vida.

Enrique Urueta

Statua


Te he reconstruido 
en medio de la oscuridad con mis labios;
levanté los pilares de tu cuerpo 
en la densa sombra con mis besos.
La eterna ilusión de tenerte  conmigo es intensa,
es por ello que te he construido un estatua de piedra y besos
en este recóndito lugar donde te anhelo.

Enrique Urueta

Vampirae


Sin alma. De alas rotas. Nocturno.
Consumí toda la sangre de la luna
gota a gota toda su luz y su sombra.
Revivido, al amparo de las estrellas
la buscaba para probar la flor de su boca
sanguinolenta, fragante y bella;
la buscaba delirante, errante, perdido;
qué la noche extienda sus alas
y me muestre el camino
al eterno placer de sus labios de plata,
el lugar sempiterno de la oscuridad,
los ceñidos brazos de la lujuria;
el cuerpo donde mi sed se sacia.
La he buscado para sepultar
en su pecho, mi corazón sin vida,
el desgarro de un suspiro,
mi ultimo aliento maldito
que sin fin la busca,
pues aún la busco enamorado
 para poder enterrar,
en sus ojos, mi sueño mutilado
y al fin, dormir en paz.

Enrique Urueta

Vives en todas las cosas




Te miré hoy en el corazón de todas las cosas
cuando ardían en sombras calcinadas.
Miraba yo tu boca y el beso que se desprende,
y que caía, como el cielo cae consumido
cuando te hago mía en el hueco perforado
de nuestra oscuridad consagrada para amarnos.
Contorneo, con mi ultimo suspiro, 
tu nocturna silueta que en mi sueño reposa.
Repinto tus alas de nácar marino
con la ultima letra que dejaste en mis labios.

No resiste más mi cuerpo
el suplicio de tu ausencia.
Desgasto la materia recreándote,
revisto mis poemas con tu aroma.
Vives fragmentada en mi soledad,
multiplicada en mi oscuro mundo
trayendo tu color a las grises cosas
que llenan este vacío de no tenerte.

Me gustas tanto que dibujo tu figura en mi poesía,
la lleno de ti, como llenas todo este universo desdichado.
y vives así en todas las cosas que me rodean.

Enrique Urueta

Ya he oído el silencio titilante de tu cuerpo...


Ya he oído el silencio titilante de tu cuerpo,
la desnudez de la rosa,
la caída inmensa de la noche.
De qué luz te has vestido,
y tus ojos lejanos, 
y tus besos tibios
del camino glorioso de tu boca
donde errante me he perdido
y sigo y sigo
varado entre tus senos y tu ombligo,
en el mesón de tu cuerpo,
entre tanta lluvia y rocío,
que mis venas secas humedece,
que mi sangre de deseo ha encendido.
Y te miro, y te miro,
enternecida luna de suspiros,
robándome el aliento,
el día, la noche, y todo lo que vivo,
y te beso y te beso
hasta el corazón, la sangre, y los suspiros,
la voz, la luna, y el destino;
te beso y te beso y no termino,
El cielo, tus ojos y el camino,
Te beso hasta la sombra, y la oscuridad
de la que te has teñido.
Y sigo la linea desnuda
del amor que se ha quedado
entre tu corazón y el mío.

Enrique Urueta

Óscula


El viento trae susurros de tus labios
como pétalos de luna aguamarina
que acarician la fría noche
con su esencia de carmín perfecto.

Extendieron sus alas tus besos
para cruzar el día y la noche,
el mar y el profundo horizonte
y anidar a la orilla de mi boca.

Bésame a la luz de tus labios,
estela de espuma y deseo,
mar ávido de ósculos floridos

Bésame y róbame el último suspiro
que mi vida empieza y termina 
con tus besos que tanto he soñado.

Enrique Urueta

viernes, 27 de junio de 2014

El último atardecer

Abrió la puerta de la casa y salió corriendo. Él iba detrás de ella, cruzando todo el jardín y los plantíos de la granja hasta quién sabe dónde, muy lejos de la realidad quizás.
Corría, corría, tratando de huir de la verdad, de saber que ya no se podrán volver a ver. La alcanzó finalmente, y la abrazó con la calidez de un último abrazo.
―Es verdad lo que tu mamá dijo, ¿Se mudarán lejos?
―Me temo que si, no quería que supieras de esta forma. Pensaba decirte luego.
― ¿Cuándo? ¿Cuándo ya tengas las maletas en la mano o ya estando en el auto para marcharte? No quiero que te marches lejos…
―¿Por qué? ― dijo haciéndose el desentendido
Ella bajó la mirada, miró sus manos y dijo en voz tan baja
 ―Porque… porque te quiero.
A él se le dibujó una sonrisa al oír esas palabras, con su voz tan frágil y sincera.
―Y yo también te quiero, por eso sólo quería disfrutar cada momento y no pensar en que habrá un día en el que ya no estemos juntos… y extrañarte. ― Dijo rompiendo su leve sonrisa.
―Te voy a extrañar también.
La apretó tan fuerte entre sus brazos
―He amado todos y cada uno de los capítulos que hemos escrito juntos en esta vida. ―dijo él sin soltarla.
Luego le besó la frente, tomó su mano y fueron a aquel viejo árbol a ver el último atardecer juntos. 

Momentos. Breves historias de amor, Enrique Urueta

Místico silencio



El silencio de la noche desgarró la sombra
Nutriendo, de algún modo, la letra en la boca de la luna,
Rozando libremente los labios de las flores que dormían.
Inquietando la sublime marea de tu ser y tu figura
Que se esconde en mi poesía;
Un silencio de miradas a oscuras
En el eterno secreto de tu boca.

Una vez más callas la luz de las estrellas
Robando su magia con tus ojos.
Un suspiro que no muere, un beso
Enterrado en mis labios, en silencio, silencioso,
Tan callado como un secreto;
Aletargado sueño de mariposa que mis labios desean.

Aletea, agita tus negras alas de tinta y mutismo,
No detengas tu sangre silenciosa que mi corazón se llena 
Con este silencio de tu cuerpo, esta paz que me has traído
Olvidando el mundo que me rodea.
Nunca he sentido tanta calma en la tormenta
Ahora que he probado hasta el silencio de tus labios sombríos.

Enrique Urueta

El día que recuperé lo que había perdido



Llegué a la vieja casa de mis padres que había sido abandonada y alguien tocó a la puerta: era Rián. Pero que hermosa, fue una sorpresa encontrar a mi primer amor en este lugar olvidado. Charlamos un largo rato cuando el silencio del recuerdo nos invadió y me besó. Entonces volví a sentir aquello que había perdido: volví a ser un niño. Salimos y fuimos de paseo por el campo donde crecimos juntos e hicimos todo aquello que solíamos hacer juntos en nuestra infancia. Y entendí que Rián me regresó a los tiempos en los que en verdad era feliz: cuando nos amábamos sin saberlo, en aquellos días de inocencia.


Momentos. Breves historias de amor, Enrique Urueta

Nattens häskarinna



Del poema se desprendió la tinta de la noche
que sepultó al sol entre tantas sombras;
yo aquí escribo en el corazón de la oscuridad,
en el charco siniestro de las amapolas nocturnas,
en la eterna alma de la oscura soledad.

Los lirios suspiran la rima de la luna
en medio de los jardines de piedra
donde mi alma yace intacta escribiendo:
"Que mi sangre fluya corrompiendo
el silencio de las frías estrellas del cielo."

Gime la mariposa copulando en mi poema,
un aleteo de tinta negra, de noche oscura,
un cuerpo que mi pluma recorre inspirada
fluyendo como un beso de agua en la luna,
así deseada en mi poesía en cuerpo y alma.

Enrique Urueta



Amatoria



Eres sutil suspiro de mi alma.
Eterna porque eterna te quiero,

infinita, porque infinita eres.
Agua y sangre de mis venas.
Luz de cielo, luz de sol, luz.
A mi costado te quiero
atravesada a mi corazón
aun doliente herida mía
recorriéndome los huesos;
caminas entre los dedos de mi vida.

Amor, déjame darte la primavera
en este otoño en el que vives,
las flores y las lluvias,
los eternos besos de amapola,
el vicio de las nubes de verano,
tu figura retratada con la mía
en nubes blanca, suaves y perpetuas;
Me has llovido toda esta vida
te he amado desde siempre,
buscándote, sabiendo que te encontraría.

Si vieras con los ojos que te veo,
entenderías cuanto es que te quiero,
por qué mis ansias de besarte
hasta cuando te sueño;
sabrías que me encuentro perdido
en el abismo de tu pupila negra
donde encuentro tu alma... o la mía,
no sé realmente si tuya o mía;
son tan parecidas ante mis ojos.
Si miras a través de ellos entenderías.

Abierta, nebular, blanca espiga,
como un libro te abro y te leo;
misterio cada capítulo de tu cuerpo,
cada palabra de tu boca,
cada oración de tus ojos.
Te leo, te sigo, me pierdo
en el laberinto de alba
de tus muslos de marfil,
donde tacto, como una ciego, las paredes
de cuerpo que se aprieta contra mí.

Déjate caer entre mis brazos,
dormir, soñar, sentir mis latidos
cuando gritan tu nombre en el silencio,
haciendo eco en tu alma inmensa
entre el alba y el crepúsculo.
Cuando me mires lo sabrás todo
escucharás nuestros nombres resonando,
y lo habré probado todo cuando te bese.
El mundo que conocerás
conmigo será diferente.

Enrique Urueta

miércoles, 12 de febrero de 2014

Entre las olas del desvelo



I
Bonanza nocturna

La luna se alzaba más grande que nunca. Es tan grande como mi soledad y mis sueños juntos. Simplemente esplendida. Majestuosa. La noche mas hermosa que haya sentido. Si, sentido. Si hay algo que me ha dejado el amor es el sentir las cosas; no se ven ni se tocan, sino se siente. Su esencia se percibe.

"La noche esta estrellada y tiritan azules, los astros a lo lejos." Decía el último poema. "La noche está estrellada y ella no está conmigo." Que mas miro en esta noche temprana y solitaria sino unas estrellas titilantes en la oscuridad superflua de este mar, hermosas estrellas multiplicadas, dos lunas en este tierra como ojos nacarados. Mi cerveza esta fría y siento algo de paz. Fue buena idea venir a la casa de la playa, sentarme en esta vieja terraza y mirar el mar, el cielo, los ángeles adheridas a él.

Ojalá estuviera aquí. A ella le gusta la noche. Quizás por eso me gusta a mí ahora. Antes pensaba que la noche era para dormir, o festejar, o aprovecharlo para tener sexo en plena oscuridad. Ya no. La noche es para soñar, para buscar paz en el desvelo, o para hacer el amor, un arte que se hace a oscuras. Pero se fue, y me dejo esta noche estrellada, esta paz en la soledad y algo de nostalgia. Ojalá también se fuera de mi memoria. Necesito otra cerveza.   

Que tranquilidad. Le doy un sorbo a mi cerveza, me paro en el límite de la terraza y miro el horizonte estrellado. ¿Cómo besan las estrellas en los puertos? ¿Cómo es un beso de luz y mar? ¿Qué es un beso? posiblemente, es el más simple acto de amor y confianza que exista. Simple por ser pequeño, como una gota en la vida, una esencia necesaria de amor para vivir. Que aguacero me dejó; me besaba mucho... me amaba mucho (eso decía), pero se terminó yendo. Pero aquí estoy, mirando como las luces besan las aguas,  como la luna, entre tantos sueños, aún me mira. No hay más que esperar de esta noche de insomnio y desvelo. Puedes dormir tranquila, pues aún te amo.

II
La doncella del mar

Escribo:

"El mar tenía la misma calma que la del cielo.
Las mismas estrellas y los mismos astros;
Quizás también los mismos sueños."

Que larga noche oscura y solitaria me espera; que desvelo de nostalgia. Ojalá estuviera conmigo. Aunque sea un alma en este puerto, que alguien este conmigo. Tiro estos versos al océano, al abismo de agua donde duermen todos los sueños que poseo. Ojalá alguien estuviera conmigo; un sueño siquiera, un anhelo, lo que sea. La soledad me pesa, las memorias, este olvido en el que me ha condenado. Ojalá pudiera condenarla del mismo modo. Estoy solo. Hay algo de lamento en mi corazón aún. A esta altura de la noche la calma se convierte en angustia que la soledad construye.

Pasan las 11:00 p.m. En el cielo la luna se va moviendo, su reflejo tiembla en el agua, entre las suaves olas del océano. No hay nada mas que mirar en esta noche sino este vacio estrellado... y el pasado. Me siento en las escaleras de la terraza, mis pies tocan la fria arena, tomo mi cabeza con las manos, cierro los ojos y revuelvo el cabello con lamento. Suspiro. Inclino la cabeza hacia el lado derecho, abro lentamente los ojos y miro a alguien caminando a la orilla, acercándose aquí, a mi soledad.

La luna le ilumina el sencillo vestido blanco que lleva puesto, resalta su largo cabello negro entre toda la oscuridad que hay. Se abriga con sus brazos, y disfruta, descalza, las aguas tibias del golfo, mientras su mirada se pierde entre las estrellas. Camina cada vez mas despacio, como deteniéndose.

¿Qué mira más allá del oscuro horizonte? Cruje el escalón donde me he sentado. Se percata de mí, pues me ha  mirado de reojo por sobre su hermoso hombro. Esbozo una mueca de sonrisa. Regresa su mirada al océano.

Se persignó para sí. Giró y me mira desde la orilla. No será mas de veinte metros la distancia entre nosotros, y un profundo silencio. El silencio entre dos personas es el peor de todos los silencios. Tan incomodo, como si la soledad nos avergonzara.

―Hermosa noche ― Dije rompiendo el silencio tan incomodo.
―Si, ¿Verdad? ― Dijo con una leve sonrisa.
―¿Eres de por aquí? ― Pregunté.
―He caminado mucho por la playa desde que la noche cayó. Hasta aquí me han traído mis pasos.
―...O el destino. ― agregué.
Me sonrió. Le sonreí.
―Debes tener sed después de una larga caminata. ¿Te puedo ofrecer algo?
Acomodó su cabello...
―Si. Agua estaría bien.
―Bien. Iré por tu agua. Mientras tanto, adelante. Pasa.

Fui hasta la cocina por su vaso de agua fresca.  La observé todo el tiempo, pues había en ella algo, algo que tenía mis ojos atentos, extrañados.Al parecer la noche siempre trae a alguien cuando dejas abierta la puerta

Volví con el vaso de agua, se lo entregué mirando esos ojos tan familiares, y chocamos nuestras bebidas.

―Salud― dijo.
―Por el destino― agregue.
Rió
―Por mis paso que me trajeron hasta aquí.
Bebimos, ella su agua y yo un buen trago de cerveza.

Era extraño todo esto. Su hermosura, su forma de haber coincidido, de haber aceptado, de tenerla aquí, rescatandome de esta soledad. Era cortés al hablar, risueña, educada, y hablaba con sencillez. 

―Aún no me dices tu nombre?― le pregunté.
―Marina.― Respondió sonriendo― y el tuyo.
―Jaime.
―Es un placer Jaime.

Extendió su mano para estrecharla y se la estreché con suavidad. Su mano era delicada, fina y pequeña, sin embargo apretó con fuerza mi mano, y nos mirábamos a los ojos sonriendo, sin decir mucho, como si nuestra conversación se entablara con miradas y sonrisas, y  una que otra palabra ocasional. ¿Cómo sucedió esto? ¿Cómo apareció de la nada? como si la marea de la oscuridad la hubiera traído o las olas del destino la hubieran arrastrado hasta mi costa. 

Marina era hermosa, su cabello negro volando con la brisa del mar cuyo aroma era dulce e intenso, y sus labios, esos labios finos y rosas, suaves, hipnotizantes; no sé si era su palabra que me tenía así o los besos que se ocultaban en ellos. Me aventuré a probar su boca interrumpiéndola. Un delicado beso aventurero, tanteando el hermoso mar de su boca, la calma de ese misterio oceánico que ella era para mí. Para mi sorpresa correspondió mi beso.

Acarició mi mejilla, miró tan profundamente mis ojos con tal ternura que penetró mi alma y  llenó todo mi vacío.

―Te contaré algo Jaime― Dijo mientras me miraba con esa ternura en los ojos. ― Yo he vivido aquí mucho tiempo, desde que era niña. Mi padre era pescador y mi madre vendía artesanías en el pequeño mercado del puerto. Todos los días mi padre llevaba lo que había pescado para vender en el mismo mercado, y mi madre siempre estaba ahí, retocando algunos jarrones, haciendo collares de cuencas, o pulseras de madera. Mi padre se quedaba perplejo con su belleza, tan sencilla y encantadora. Y un buen día mi padre no puede más, rompe con su propia timidez y su miedo, y se acercó a mi madre mientras ella trabajaba en un collar. Mi padre preguntó que hacía, y ella sonriendo le entregó aquel collar en el que trabajaba para él, cuyo dije era un corazón de madera con un “A” tallada en medio, y no dijo más debido a que era muda, pero parecía que hablaba con la mirada. Mi madre siempre le llevaba un paso a adelante a mi padre ―Agregó Marina―. Y desde ese momento estuvieron juntos. Siempre fueron amorosos conmigo y me criaron aquí. Mi madre, a pesar de no poder hablar, nunca tuvo problema para trasmitirme su amor y su cariño. Era una mujer tan llena de dicha y alegría, con un amor inigualable, y fue una pena y una tristeza tan grande cuando un día enfermó gravemente y lamentablemente murió. Sus cenizas bendecidas fueron arrojadas al mar en una caja que mi padre talló con la barca en la que salían a navegar juntos. Fueron días tristes y lluviosos. Pero entendimos que su amor y su alegría aún brillaban cada mañana pues la guardábamos en nuestros corazones. Cuando cumplí 15 años, mi padre zarpó en marzo, una de las mejores temporadas de pesca, pero también las más peligrosas. Siempre que salía a altamar, se persignaba y decía “me aventuro al corazón del océano donde tu duermes, Aurora. Protégeme, o bien, si ya es hora, llévame contigo.” Y besaba aquel dije que mi madre había hecho en un principio para él. Yo aquella vez tenía un mal presentimiento, y le pedí a mi padre que no fuera. Miró mis ojos, beso mi mejilla y me entregó aquel collar tan preciado, y me dijo que no temiera, que mamá estaba siempre protegiéndonos, y prometió regresar. Y después de diez años aún sigo esperando.

Hubo un silencio. No supe que decir después de esto que me había contado. Pero le miré sus ojos que se cristalizaron y su sonrisa se había vuelto frágil. No supe que hacer, se me conmovió enteramente el alma.

La abracé con afecto por un instante, no sé si para calmarla a ella o para calmarme a mí, pero la abrace, sonrió después y me dijo “mira” y me mostró aquel collar que su padre le había entregado. Ya se veía algo desgastado, pero la esencia de aquel amor aun se sentía. Le sonreí y ella a mí.

―Posiblemente mis padres estén en el corazón del mar esperando por mí. ― dijo apoyándose en la baranda del pórtico y mirando el mar.
―Como dos estrellas de agua ― susurre.
Me volvió a mirar. Se acercó, y ella era ahora la que me besaba a mí. Como no corresponderle, sí besaba con una dulzura inimaginable, y la suavidad de esos labios, y sonreía en mis labios como si algo le brotara del corazón y a mi sangre llegaba. No sé, sensaciones inexplicables, cosas inimaginadas, inesperadas, sorprendentes, que en una noche de soledades no esperas. Y no me atrevo a decir que nos besábamos a la luz de las estrellas, sino a la luz de la esperanza.

La ceñí contra mi cuerpo con delicadeza; se ve tan frágil y su piel exquisita, blanca, suave como espuma de mar. La besé, “la besé tantas veces bajo el cielo infinito“, decía aquel verso en el que grave su esencia. Me miraba, me miraba con esos ojos de misterio y ternura.  Tomó mi mano y me llevo adentro. La acorralé contra la pared antes de entrar a la habitación con ansias de ella y me miraba, acaricié su largo cabello negro, rocé su hombro y una atracción irresistible por su piel me hizo acercar mi boca a su cuello y sentir su sublime sabor. Se liberó de mi con sensualidad, camino hacia dentro de la habitación quitándose el vestido blanco que traía y dejándolo a medio camino y exhibiendo sus largas piernas al caminar hasta la cama. Hicimos el amor hasta el amanecer, y lo ultimo que recuerdo fue que ella durmió en mi pecho, tan cerca a mi corazón como mi sangre, y me quede dormido al oir las suaves olas del mar y su respiración. 


III
Alborada

Desperté pocas horas después con la tibia esencia de un beso. El dulce aroma del mar y la brisa inundaban la habitación. Los rayos del sol atravesaban la ventana. Percibí el exquisito aroma de Marina en la almohada, abrí mis ojos y no estaba. La busqué en la cocina y nada. Fui a la terraza y nada. Se había marchado. Me sobrecogió una tristeza tan amarga. "Mi corazón la busca, y ella no está conmigo." Me ahogue en el silencio de mis sueños que se quedaron en la cama.

Me puse ropa limpia. Preparé café, y mientras lo bebía pensaba en todo lo ocurrido de anoche, si fue un sueño o fue real. No pude quedarme con la duda. Me dispuse a salir y buscarla. pero ¿En donde empezar? Así que empece a caminar por la orilla del mar y tocando algunas puertas preguntando por ella, hasta que al fin tope con el muelle y el mercado, y seguí preguntando por ella hasta que uno mujer me pudo decir algo

―Hacia ya varios años había una niña llamada Marina que aguardaba a su padre por su regreso siempre en este mismo muelle. Todas las tardes venía y miraba fijamente el horizonte aguardando a que cumpliera aquella promesa que él le había hecho. Pero al poco tiempo, desprevenidamente, un huracán golpeó con fuerzas estas costas. Y en esa terrible tormenta Marina se encontraba en el muelle como siempre. Y dicen que fue devorada por una gran ola, siendo arrastrada al corazón del mar. Era una pobre niña de apenas diecisiete años que jamás conoció otro amor que el de su familia. 

―Esto no puede ser cierto ¿Como usted sabe tanto de esto? 
―Porque yo era madrina de aquella pequeña niña.

No supe como afrontar esta realidad. Estaba paralizado. Agradecí por la historia y me marché sin decir nada más. ¿Qué era entonces lo que había sucedido? ¿A caso fue solo un sueño o realmente una aparición? No supe como interpretarlo. Llegué, me tiré en la cama nuevamente entristecido, y sin comprender como era todavía posible que el aroma de Marina aun se sintiera en mi almohada. Y es entonces que bajo esta salía un hilo negro. Levanto la almohada y ahí encuentro el collar de Marina. Lo miro detalladamente y al reverso del dije de madera en forma de corazón hay una "M" tallada también. Lo miré un largo tiempo, hasta que noté como se apagaba el cielo y la noche llegaba. Salí de la casa hasta la orilla miré un largo tiempo el horizonte ya oscurecido con tantos pensamientos sobre la noche anterior... sobre Marina. Miré el collar una vez más y lo arroje al corazón del oceano donde guardo todos los recuerdos de aquella noche que me dejó.


Enrique Urueta

La doncella del mar



El mar tenía la misma calma que la del cielo,
Las mismas estrellas y los mismos astros;
Quizás también los mismos sueños.
Todo. Hasta ella como un ángel de cielo y tierra
O quizás como una sirena.
Yo no sé, solo sabía que estaba a mi lado.

Sus huellas eran como besos en la arena,
Como besos que quizás mañana ya no existan
Pero que jamás se olvidan por su esencia;
Así sus huellas en la arena mojada
O en la seca, o donde quiera que pisara.
Yo no sé, solo sentía que se imprimían en mi vida.

Y para qué hablar de su mirada.
Buscaba cautivar el horizonte,
O tal vez veía a aquella gaviota rezagada
que volaba hambrienta de las nubes todavía,
O tal vez me miraba de reojo con ironía.
Yo no sé, solo les diré que no pude dormir aquella noche.

Enrique Urueta