viernes, 27 de junio de 2014

El último atardecer

Abrió la puerta de la casa y salió corriendo. Él iba detrás de ella, cruzando todo el jardín y los plantíos de la granja hasta quién sabe dónde, muy lejos de la realidad quizás.
Corría, corría, tratando de huir de la verdad, de saber que ya no se podrán volver a ver. La alcanzó finalmente, y la abrazó con la calidez de un último abrazo.
―Es verdad lo que tu mamá dijo, ¿Se mudarán lejos?
―Me temo que si, no quería que supieras de esta forma. Pensaba decirte luego.
― ¿Cuándo? ¿Cuándo ya tengas las maletas en la mano o ya estando en el auto para marcharte? No quiero que te marches lejos…
―¿Por qué? ― dijo haciéndose el desentendido
Ella bajó la mirada, miró sus manos y dijo en voz tan baja
 ―Porque… porque te quiero.
A él se le dibujó una sonrisa al oír esas palabras, con su voz tan frágil y sincera.
―Y yo también te quiero, por eso sólo quería disfrutar cada momento y no pensar en que habrá un día en el que ya no estemos juntos… y extrañarte. ― Dijo rompiendo su leve sonrisa.
―Te voy a extrañar también.
La apretó tan fuerte entre sus brazos
―He amado todos y cada uno de los capítulos que hemos escrito juntos en esta vida. ―dijo él sin soltarla.
Luego le besó la frente, tomó su mano y fueron a aquel viejo árbol a ver el último atardecer juntos. 

Momentos. Breves historias de amor, Enrique Urueta

Místico silencio



El silencio de la noche desgarró la sombra
Nutriendo, de algún modo, la letra en la boca de la luna,
Rozando libremente los labios de las flores que dormían.
Inquietando la sublime marea de tu ser y tu figura
Que se esconde en mi poesía;
Un silencio de miradas a oscuras
En el eterno secreto de tu boca.

Una vez más callas la luz de las estrellas
Robando su magia con tus ojos.
Un suspiro que no muere, un beso
Enterrado en mis labios, en silencio, silencioso,
Tan callado como un secreto;
Aletargado sueño de mariposa que mis labios desean.

Aletea, agita tus negras alas de tinta y mutismo,
No detengas tu sangre silenciosa que mi corazón se llena 
Con este silencio de tu cuerpo, esta paz que me has traído
Olvidando el mundo que me rodea.
Nunca he sentido tanta calma en la tormenta
Ahora que he probado hasta el silencio de tus labios sombríos.

Enrique Urueta

El día que recuperé lo que había perdido



Llegué a la vieja casa de mis padres que había sido abandonada y alguien tocó a la puerta: era Rián. Pero que hermosa, fue una sorpresa encontrar a mi primer amor en este lugar olvidado. Charlamos un largo rato cuando el silencio del recuerdo nos invadió y me besó. Entonces volví a sentir aquello que había perdido: volví a ser un niño. Salimos y fuimos de paseo por el campo donde crecimos juntos e hicimos todo aquello que solíamos hacer juntos en nuestra infancia. Y entendí que Rián me regresó a los tiempos en los que en verdad era feliz: cuando nos amábamos sin saberlo, en aquellos días de inocencia.


Momentos. Breves historias de amor, Enrique Urueta

Nattens häskarinna



Del poema se desprendió la tinta de la noche
que sepultó al sol entre tantas sombras;
yo aquí escribo en el corazón de la oscuridad,
en el charco siniestro de las amapolas nocturnas,
en la eterna alma de la oscura soledad.

Los lirios suspiran la rima de la luna
en medio de los jardines de piedra
donde mi alma yace intacta escribiendo:
"Que mi sangre fluya corrompiendo
el silencio de las frías estrellas del cielo."

Gime la mariposa copulando en mi poema,
un aleteo de tinta negra, de noche oscura,
un cuerpo que mi pluma recorre inspirada
fluyendo como un beso de agua en la luna,
así deseada en mi poesía en cuerpo y alma.

Enrique Urueta



Amatoria



Eres sutil suspiro de mi alma.
Eterna porque eterna te quiero,

infinita, porque infinita eres.
Agua y sangre de mis venas.
Luz de cielo, luz de sol, luz.
A mi costado te quiero
atravesada a mi corazón
aun doliente herida mía
recorriéndome los huesos;
caminas entre los dedos de mi vida.

Amor, déjame darte la primavera
en este otoño en el que vives,
las flores y las lluvias,
los eternos besos de amapola,
el vicio de las nubes de verano,
tu figura retratada con la mía
en nubes blanca, suaves y perpetuas;
Me has llovido toda esta vida
te he amado desde siempre,
buscándote, sabiendo que te encontraría.

Si vieras con los ojos que te veo,
entenderías cuanto es que te quiero,
por qué mis ansias de besarte
hasta cuando te sueño;
sabrías que me encuentro perdido
en el abismo de tu pupila negra
donde encuentro tu alma... o la mía,
no sé realmente si tuya o mía;
son tan parecidas ante mis ojos.
Si miras a través de ellos entenderías.

Abierta, nebular, blanca espiga,
como un libro te abro y te leo;
misterio cada capítulo de tu cuerpo,
cada palabra de tu boca,
cada oración de tus ojos.
Te leo, te sigo, me pierdo
en el laberinto de alba
de tus muslos de marfil,
donde tacto, como una ciego, las paredes
de cuerpo que se aprieta contra mí.

Déjate caer entre mis brazos,
dormir, soñar, sentir mis latidos
cuando gritan tu nombre en el silencio,
haciendo eco en tu alma inmensa
entre el alba y el crepúsculo.
Cuando me mires lo sabrás todo
escucharás nuestros nombres resonando,
y lo habré probado todo cuando te bese.
El mundo que conocerás
conmigo será diferente.

Enrique Urueta