Verso I
(Ella)
Tétrica, como un octubre negro
con labios que deshojan besos fúnebres
con sabor a réquiem de otoño
que bendicen la nostalgia de la lluvia
que se forma en mis heridas.
Es confusa letanía de las sombras.
Oscura, más oscura que la noche;
un alma que desangra, sombría,
la pasión de la amarga penumbra
que lleva en su venas todavía.
Si tan sólo fuera mía,
Los cantares de la luna no serían en vano,
los pesares de los sueños se calmarían
con el lúgubre hechizo del eclipse
que se forma entre sus manos.
Que arcanos ojos tiene
el horizonte que nace en sus pupilas
es extenso paraíso de las sombras.
El misterio de la muerte y la agonía
me abrazan cuando, siniestra, ella mira.
Noctívaga, hija de la noche.
Es el desvelo que camino por las calles,
El lúgubre sueño que atesoro.
Tenebrosa por su silencio,
amada porque, doliente, aún la lloro.
Verso II
(Las Ruinas)
Ya la ciudad Alvina descansa sus pilares.
El polvo de las eras dormita en su piel lechosa,
que son nada más que ruinas y recuerdos,
donde almas se cortejaban cada noche,
donde su fantasma aun descansa en mi memoria.
Es la necrópolis de los enamorados,
el cementerio de las estrellas decaídas
donde se levantan las rosas negras
como sombras que se extiende
por el luto de los corazones perdidos.
Alvina, la casa de los amantes oscuros;
la lúgubre fragancia de los amores
se ha impregnado en las hojas sedientas
de los arboles que la amurallan.
Nuestra sangre aun yace intacta y fragante.
Sanguinolenta de recuerdos;
aun la veo en las tristes paredes derruidas,
en la boca de la aciaga luna
a quien le conjuré su nombre
en la eternidad de los recuerdos.
En sus ojos oscuros vertí todos mis sueños
que yacen ya entre la muerte
y la oscuridad de esta ciudad abandona
donde he dormido esperando
en la inmensa soledad de este abismo de castillos.
Verso III
(El romance sombrío)
El eclipse llegó aventajado
obscureciendo la esperanza de los cuervos tristes
que se quedaban dormidos entre sus negros cabellos.
El aroma de las plumas negras se percibe
en cada beso sepultado en su cuello y en su boca.
El letargo se decolora moribundo
mientras canta a lo lejos el pájaro en desvelo
su eterna canción de noche,
—el latente silencio de un sueño en reposo—
que hacía eco en su lúgubre mirada.
las estrellas inmortales sienten emerger
de las sombras el eterno romance
de un suspiro atrapado entre nuestros labios.
La luna se tiñe oscura mientras ella se desnuda
deslumbrando su cuerpo entre las sombras.
Me hirió la piel con las caricias más dulces
bebiendo así mi sangre que emanaba
amargamente de mis heridas.
Su alma se saciaba de deseo
al apretarse contra mí como una espina.
Ya nada queda luego
sino solo nuestras sombras consumidas,
bocas laceradas y sangrantes
derramando, todavía,
eternos besos de agonía.
Verso IV
(El sueño)
Tanta tinta de la noche
relatando la tenebrosa historia de la odisea negra
que en sus arcanos ojos se oculta
que en el misterio de sus labios yace
y con un siniestro beso se revela.
¡y me beso entonces!
Y como una sombra que me cubría
llegó el lúgubre sueño, el secreto tenebroso
donde dos lunas se alzan inmensas
como pilares que sostienen la noche fría.
Dormía a la orilla de un mar oscuro
en un lecho de flores marchitas,
ahí su cuerpo tendido, hermoso,
entre tanta oscuridad y dos tenues lunas,
cubierta su desnudez con la neblina.
Sedienta se levanta, y yo la miro,
envenenándose en suicidio
con la oscura agua, sombra tardía,
se empapa los labios, poseída,
y levantan vuelo los cuervos afligidos.
Y se ennegrecía la luz en sus pupilas
y todo se apagaba en ese instante cuando la vi,
infestada por las sombras aladas
entonces ella, oscura, se marchitaba
y terminó el beso —el sueño— y morí.
Verso V
(El recuerdo)
Se levantó su nombre en el cielo.
La luna acaricia, con sus ojos luminosos,
el encanto que le queda,
las estrellas cantan la melodía de la noche
para siempre recordarla.
Una estela ha dejado
en el corazón de la oscura noche despoblada
con su aroma a jardín de alba delirante,
un beso que ilumina las fronteras desteñidas
de un crepúsculo naciente.
El océano susurra las últimas palabras
que ella arrojó al agua constelada,
eco de su corazón latente.
Las sirenas repiten su canción nocturna
entristecidas por el recuerdo.
La claridad de los espejos conserva
intacto, su reflejo cristalino;
su figura aun reposa en las sombras
del altar donde la venero en secreto
en los días lluviosos del otoño.
Las flores reconocen el rocío de mi nostalgia
que impregna sus pétalos sofocados de tristeza
en un oscuro invierno inamovible.
Pero la felicidad me acoge
cuando veo sonreír a su fantasma.
Verso VI
(La nostalgia)
Bajo las estaciones de la memoria
florecen y se desojan las lágrimas,
gotas fabricadas por las noche dolorosas
rocío nocturno y perpetuo
de mi oscuro letargo y sus abismos.
El espectro de su recuerdo
merodea en las sombras que me visten.
mientras el agua sosegada
guarda el luto de las promesas
que descansan en el fondo.
Loan las mariposas
por el alma de las flores en invierno,
alzan sus plegarías en la oscuridad
pues en esta noche no quedan
vestigios de la aurora.
Mi alma se alimenta
de los oscuros pétalos de la noche
—estrellas caídas—
cuando descanso, sin esperanza,
en el lecho del olvido y sus espinas.
Ojalá el alba borre,
con las sombras de su sol doliente,
la suicida melancolía de la noche;
que asole la remembranza nocturna
de esta alma abandonada.
Verso VII
(Epílogo)
Aletargadas vuelan las aves hacia el ocaso,
sin ningún motivo de regreso;
la esperanza gotea, aniquilada,
su eterna sangre descolorida.
Ya es amarga la sentencia de las sombras.
La luna ha suspirado, dolorosa,
las últimas palabras sombrías de la noche;
su corazón de plata se desmorona.
Nada queda después de sembrar tristeza,
no florecen ni las lágrimas perdidas.
La oscuridad ha erigido su castillo
sobre los escombros del palacio donde la amaba;
ya la noche más oscura
levanta sus constelaciones sobre nuestras estrellas.
Sólo quedan ruinas y memorias.
La muerte ha extendido sus brazos
para acariciar el último desvelo que me queda.
Y me consuela dándome su palabra de encontrar
en otra vida el amor que yo tenía,
de tenerla entre mis brazos como yo deseara.
Pero heme aquí errante,
condenado a vivir en estos días
siendo un fantasma que recorre el mundo
como una tenue sombra del olvido
que no volverá jamás a la vida.
Enrique Urueta